¿Tiene el vino virtudes terapéuticas?. La pregunta ha hecho correr ríos de tinta. Es evidente que el vino tiene propiedades como “tónico” y, al mismo tiempo, como activante de la circulación y estimulante del corazón y la digestión. A estos efectos se prefieren los tintos de calidad antes que los blancos, que son generalmente más ácidos y de efectos diuréticos. Se puede decir que, para aquellas personas que tiene la costumbre de tomarlo durante las comidas, el vino tiene una influencia positiva en su salud. De todas formas, hay que ser cautos : el vino no es un medicamento.
Los efectos catastróficos del alcoholismo pusieron al vino en el banco de los acusados. Durante los últimos años, sin embargo, el alcoholismo se ha asociado a otro tipo de combinados y bebidas blancas, lo que ha liberado al vino de ser el causante de esa drogadicción. Y es que en España se bebe menos vino de lo que la gente cree : apenas 30 litros por persona y año. Hace quince años, se bebían 60 litros y hace veinticinco años, casi 80. En Francia, por ejemplo, bebían casi 67 litros por persona y año, sobre todo durante las comidas, pero con los controles de alcoholemia, el consumo ha caído hasta 56 litros. Los restaurantes, ante la nueva situación, cierran al vacío el vino sobrante de las comidas, lo envuelven en un papel bonito, y se lo entregan al cliente para que lo beba en su casa.
No se puede confinar al vino en un gueto confundiéndolo con alcoholes de alta graduación y olvidar sus virtudes como elemento favorecedor sobre todo en base a los polifenoles, las sales minerales, y los oligoelementos que contiene. No hay que olvidar tampoco que el vino es un producto de fermentación que contiene un alcohol que no es puro, sino que está combinado con numerosas sustancias que compensan sus efectos negativos. Este alcohol, tomado en pequeñas cantidades, pueden utilizarlo perfectamente las enzimas de nuestro organismo. Un litro de vino contiene 80 gramos de alcohol puro y una botella de 750 mililitros, la que mas frecuentemente está en el mercado, unos 60 gramos. Nuestro hígado tiene capacidad enzimática para transformar diariamente 30 gramos de alcohol etílico en el caso del hombre, y un poco menos la mujer, es decir, poco más de dos vasos al día, ó media botella de tres cuartos. Esta es la cantidad diaria que los científicos consideran beneficiosa.
Numerosos trabajos publicados en la prensa médica internacional y particularmente, en la prestigiosa revista británica The Lancet vienen a poner en evidencia lo que los especialistas llaman la “paradoja francesa”. Los franceses, a pesar de consumir cifras de grasas tan altas como los ingleses y norteamericanos, y de sufrir en la misma medida que ellos las consecuencias del tabaco y la hipertensión, tienen unas tasas de enfermedades coronarias inferiores. De acuerdo con los trabajos del doctor Renaud, del Inserm de Lyon, la principal diferencia entre los consumidores de los tres países estudiados consiste en que los franceses consumen de forma regular y moderada vino tinto, mientras británicos y norteamericanos prefieren en el primer caso la cerveza y, en el segundo, los alcoholes de destilación de alto grado.
La absorción diaria de dos ó tres vasos de vino (25-30 gramos de alcohol) propicia la baja del colesterol total y aumenta el HDL o buen colesterol. De esta forma, se evitan los peligrosos ateromas que se depositan en las paredes arteriales. El alcohol de esta bebida actúa, además, sobre las plaquetas de la sangre haciéndola más fluida, lo que evita la obstrucción arterial por los trombos. Así, poco más de dos vasos de vino suponen una prevención real y activa de las enfermedades cardiovasculares. Dosis más elevadas, en cambio, tendrían el efecto contrario.
Esta situación ha dado lugar a una polémica entre investigadores. Y es que los que trabajan para empresas de cerveza y alcoholes destilados aseguran que el consumo regular y moderado de estas bebidas tiene también efectos preventivos sobre las enfermedades cardiovasculares.